DIGILEC Revista Internacional de Lenguas y Culturas 250
Digilec 10 (2023), pp. 248-252
prejuicios y ponían en cuestión la capacidad de las mujeres para crear e introducirse
dentro del mundo de la composición (p. 61). En estos textos encontramos el llamado
feminismo de la diferencia: es decir, el permiso de las mujeres a introducirse en ámbitos
tradicionalmente pertenecientes a los hombres, siempre y cuando respondan a las
cualidades que el heteropatriarcado asigna a su sexo. Así, como señala Palacios,
“maternidad, clase, caridad y ternura (unida particularmente con la infancia), se
transformaban […] en claras relaciones legítimas, no cuestionadas, normalizadas y
propias, de la compleja relación entre mujer y música” (p. 79).
En el capítulo cuarto, “De Carmen a Medea: figuras de la bruja en la danza
escénica española y europea”, Fernando López Rodríguez trabaja el estereotipo de la
bruja a través de obras como Carmen o El amor brujo. López Rodríguez analiza, entre
otras, la asociación de la bruja con el imaginario de lo gitano, el don de la clarividencia o
la intercesión favorable en cuestiones amorosas. El autor realiza un repaso por ballets
románticos que incluían este personaje, y en donde las brujas estaban encarnadas por
“bailarinas de carácter”: así, existiría un “doble carácter marginal de las brujas”, primero
por los personajes negativos que simbolizaban y, segundo, porque como bailarinas eran
relegadas a un segundo plano, en favor de otras con cuerpos más jóvenes, que respondían
al canon de belleza imperante (p. 93). Un caso especial sería el de la bruja de El amor
brujo (1915) (p. 98-106): en sus sucesivas representaciones, se produce la evolución
desde un enfoque positivo de la figura de la bruja –a la que se inserta como parte
benefactora y fundamental de la comunidad–, a otro más negativo y en consonancia con
la visión heteropatriarcal, recuperando “el estatus ambiguo que la brujería le confiere,
como una mujer a la vez poderosa y al mismo tiempo despreciable” (p. 105).
El texto que ocupa la quinta sección es “Iconos e himnos `bolleros´. Cultura
lésbica y queer en la música popular”, a cargo de Teresa López Castilla. La autora,
conocida por su tesis sobre el queer y la música electrónica en España (2015), echa mano
de textos como Playing it queer: popular music, identity and queer world-making de
Jodie Taylor (2012), que tratan de aplicar la teoría queer al campo de las músicas
populares urbanas. López Castilla acude a ellos para analizar, desde una perspectiva queer
y lesbiana, figuras como la de KD Lang o Chavela Vargas. De esta manera, problematiza
la representación por y desde la sexualidad lésbica a través de artistas mujeres que se
identifican con el lesbianismo, al tiempo que reflexiona sobre la sensibilidad y la actitud
queer en músicas que rompen con los binarios de género y sexo, y con la
homonormatividad (p. 120).
El capítulo seis, “Si no puedo bailar, no es mi revolución. Tensiones de género en
el reguetón en España”, está elaborado por Laura Viñuela. Tanto éste, como el último,
“Mujeres y músicas en Puerto Rico: entramados de género y negritud”, de Barbara I.
Abadía-Rexach, tratan músicas en donde se entremezclan cuestiones ligadas no sólo al
género, sino también al racismo hacia lo negro y lo latino. El texto de Viñuela pone de
manifiesto que los prejuicios hacia el reguetón dentro de la sociedad española y la
consideración de éste como género musical que fomenta el machismo esconden sesgos
relacionados con su condición de música para el baile y de procedencia latina (pp. 155-
60). Viñuela expone cómo cuando en 2016 se lanzó “Cuatro babys” de Maluma, en
España se estaba discutiendo el conocido caso de violación múltiple de La Manada. Este