DIGILEC Revista Internacional de Lenguas y Culturas 60
Digilec 10 (2023), pp. 55-73
idóneo para su lectura (Correa, 2006, p. 31). Las bibliotecas eran entendidas no sólo
"como retiro intelectual o profesional, privado, de lectura silenciosa e individual, sino que
desempeñaron también un papel de sociabilidad cultural: un espacio para ser exhibido y
valorado como capital simbólico" (Martínez, 2001, p. 465). Muy significativo, a este
respecto, es el comentario que Rosalie Murray hace a Agnes cuando acude a visitarla a su
casa de Ashby Park: “Y en cuanto pueda, le mostraré la biblioteca. Yo no he examinado
sus estanterías pero me atrevería a decir que está llena de libros sabios y puede ir a hurgar
entre ellos cuando quiera” (Brontë, 2020, p. 271).
Se debe observar en relación con el acceso al libro por parte de la mujer en el siglo
XIX, un cambio de actitud muy interesante ya que se desarrolló masivamente la lectura
individual que se concebía, además, como una experiencia íntima, vinculada a la esfera
privada de la existencia (Correa, 2006, p. 32). En Agnes Grey esta idea se puede observar
en el interés lector de la viuda Nancy Brown, quien aquejada de una inflamación de los
ojos, lamenta no poder releer las Escrituras: “Si le complace a Dios salvarme la vista de
manera que pueda volver a leer mi biblia, pienso que estaré más contenta que una reina”
(Brontë, 2020, p. 138).
La señora Brown no tiene acceso a muchos libros, pero el que posee es para ella
un tesoro de sabiduría que lee de manera incesante, una afición que genera las críticas de
su párroco, el señor Hatfield quien le reprocha: “Lo que tienes que hacer es venir a la
iglesia en donde oirás las escrituras bien explicadas en lugar de quedarte estudiando la
Biblia en casa” (Brontë, 2020: 141).
Esta lectura intensiva es bien distinta de las lecturas de Agnes quien, por su
condición de institutriz, tiene acceso a más libros que la pobre Nancy y cuya afición
lectora es objeto de reproches por el señor Weston, quien, tras seis semanas sin poder
verla, le señala: “Me dijeron, que era usted un perfecto ratón de biblioteca, señorita Grey,
tan absorbida en sus estudios que estaba perdida para cualquier otro placer” (Brontë,
2020, p. 241). Lo mismo ocurre con Rosalie Murray, que disfruta leyendo la última
"nueva novela de moda" (Brontë, 2020, p. 177) mientras pasea y procura hacerse la
encontradiza con una de sus conquistas, el párroco Hatfield.
En los dos primeros casos, resulta llamativa la censura masculina hacia la afición
femenina por la lectura (Walker, 2014, p. 9), cuando dicho interés aleja a las mujeres del
control masculino4. El reproche del clérigo tiene mucho que ver con la supervisión que
se ejercía sobre las lecturas femeninas que debían ser sobre todo morales, pedagógicas o
sentimentales mientras que, el género novelístico se consideraba peligroso debido a que
inflamaba la imaginación femenina (Duby y Perrot, 1993, p. 174). Estas críticas no
recaen, sin embargo, en la coqueta Rosalie a quien su madre quiere fiscalizar, no en cuanto
al contenido de los libros que lee5, sino en lo relativo a los lugares en donde lo hace: “¿Por
4 Conviene recordar igualmente que esta actitud proteccionista derivaba de la consideración de la mujer
como un ser débil e influenciable, a quien convenía proteger ya que, según afirmaban teóricos como
Nicholas Cooke: "la sustancia del cerebro masculino tiene más consistencia, más densidad, en la mujer es
más suave y menos voluminosa" (cit. en Correa, 2006, p. 34).
5 Como bien señalaba Emilia Pardo Bazán (1976, p. 90) acerca de este tema, a la mujer "[e]n literatura se
le ocultan, prohíben o expurgan los clásicos, y se la sentencia al libro azul, el libro rosa y el libro crema; y
de todas estas falsedades, mezquindades y miserias sale la mujer menguada y sin gusto, con el ideal estético
no mayor que una avellana".