DIGILEC Revista Internacional de Lenguas y Culturas 153
Digilec 10 (2023), pp. 149-161
En el caso del cine, se han identificado tres tipos de representaciones
predominantes: (1) la que ofrecen películas en las que el enfermo mental es encerrado en
una institución contra la que se rebela como Alguien voló sobre el nido del cuco,
Inocencia interrumpida y en parte también la recientemente estrenada adaptación de la
novela homónima de Torcuato Luca de Tena Los renglones torcidos de dios; (2) la visión
oscura, violenta y criminal de la enfermedad mental que se aporta en películas, pese a
todo brillantes, como Psicosis; (3) o la brindada en aquellos films en que se subrayan la
lucha individual y la superación de dificultades por parte del enfermo como en Una mente
maravillosa (Torres Cubeiro, 2012).
Estas tres representaciones ofrecidas por el cine han sido repetidas con frecuencia
en la televisión en noticias y anuncios, calando en el imaginario social.
Por su parte, el discurso literario ha sumado a lo largo de la historia a las anteriores
representaciones asociaciones de la enfermedad mental a la deshonra, al pecado o al
alejamiento de lo que se considera moral, imprimiéndole una marcada connotación
negativa. En algunas ocasiones planteando la reclusión como solución social, en otras,
proponiendo la caridad como respuesta (Alolio, 2005).
La consecuencia de dichas imágenes no es otra que el rechazo hacia el enfermo
mental, entre otras cuestiones por la detección de elementos de agresión e
imprevisibilidad en este, que pasa a menudo a ser considerado como una amenaza para la
sociedad (Casco, Natera y Herrejón, 1987).
En este sentido, como sostienen Rodríguez-Meirinhos y Antolín-Suárez (2019), “el
estigma social hacia la enfermedad mental es un fenómeno universal, presente desde la
infancia, que genera rechazo y discriminación hacia las personas que sufren problemas
de salud mental”. De este modo, estas personas tienen que lidiar con la enfermedad en sí
y con el rechazo asociado y, obviamente, el estigma social puede generar aislamiento,
soledad, autorrechazo, etc. Por ello se considera importante luchar contra el estigma en la
adolescencia, pues es la etapa en la que los problemas de salud mental suelen aparecer.
Dicho estigma, siguiendo a Muñoz, Pérez-Santos, Crespo, Guillén e Izquierdo
(2011) se manifiesta en tres niveles del comportamiento social: estereotipos (creencias
aprendidas que representan el acuerdo generalizado sobre lo que caracteriza a un
determinado grupo: peligrosidad, violencia, impredecibilidad, responsabilidad sobre la
enfermedad, incompetencia para el autocuidado…), prejuicios (evaluación negativa del
grupo) y discriminación (conducta desigualitaria en el tratamiento) (Aretio, 2009).
Aretio (2009) explica, al respecto, que la persona estigmatizada experimenta un
proceso dual: por una parte, tiene consciencia de que su personalidad abarca muchos más
atributos y rasgos que los que constituyen su estigma y, por otra, tiene interiorizadas
respecto de sí misma las mismas creencias que el grupo social dominante. Por ello se da
cuenta de su diferencia en tanto que no es aceptada socialmente en igualdad de
condiciones. De esto se deriva una actitud de alerta constante frente al atributo
estigmatizador, que pasa a convertirse en un rasgo central de su personalidad y los
esfuerzos por ocultarlo o corregirlo en parte de su identidad.
No obstante, la creciente información poseída al respecto por la población produce
cambios favorables en las actitudes. Y también la profusión de obras cinematográficas y
literarias relativamente recientes al respecto nos brinda imágenes alternativas, cuya