DIGILEC Revista Internacional de Lenguas y Culturas 187
Digilec 10 (2023), pp. 184-197
Parece útil que nos detengamos unos momentos en el aparato vestibular que tiene
un importante papel tanto en la práctica musical como en la actividad lingüística.
Recordemos que el vestíbulo asegura la estática y la dinámica, al igual que los
movimientos relacionados con distintas partes del cuerpo. De hecho, todos los músculos
del cuerpo, sin excepción, dependen de su actividad reguladora. Además, debido al juego
de los controles motores, este aparato aporta, a través de las posturas y especialmente por
medio de la verticalidad, la mayor parte de las estimulaciones dirigidas al sistema
nervioso gracias a las contra-reacciones antigravíficas. En este aspecto, el peso
condiciona continuamente al cuerpo y por ende le proporciona los medios para establecer
un verdadero diálogo con su entorno. La consecuencia es que, en tanto que se adquiere
una verticalidad apropiada, tanto más adquiere uno dinamismo. Por lo mismo, en tanto
que estamos más en forma, adquirimos mejor la rectitud postural. Así pues, el movimiento,
la verticalidad y la carga cortical están íntimamente relacionados.
Finalmente, la parte más específicamente destinada a escuchar, es decir, la cóclea,
es la que está encargada de desencriptar los sonidos, analizarlos y distribuirlos con el fin
de integrarlos, de absorberlos, engramarlos y restituirlos si es necesario. Evidentemente
esta cóclea se utiliza en la práctica musical, pero para poder hacerlo debe estar bien
situada. Esto implica una postura que hemos llamado «postura de escucha», la cual exige
la verticalidad que permite asegurar la carga cortical. Está muy claro que todo este ajuste
solo es posible gracias a las relaciones neurológicas que se establecen entre los órganos
sensorio-motores, que regulan la posición del laberinto -y, por lo tanto, de la cabeza y el
cuello - y por otra parte el instrumento corporal que se sitúa según las normas que
confirman, a su vez, las respuestas vestibulares.
Antes de abordar el tema que concierne a la intervención del sistema nervioso en
todo el proceso de integración musical. nos parece necesario decir algo sobre una de las
atribuciones del oído, y no de las menores, que hemos detectado y que consideramos
capital. La función que nos parece, en efecto, la más sorprendente pero también la más
desatendida, es la que hace del oído el principal generador de energía nerviosa. Se
comporta como una dinamo, y la mayor parte de la energía que necesita el cerebro viene,
precisamente, del hecho de la acción dinamogénica del aparato auditivo.
Esta noción de energización puede parecerle desconcertante al médico o incluso al
fisiólogo. Sin embargo, es harto bien conocida de los zoólogos, esta actividad del
conjunto vestíbulo-coclear permite comprender los efectos del mundo sonoro sobre el
conjunto del cuerpo humano.
El oído asegura, pues, la carga cortical. Es generador de energía. Tiene un poder
dinamizador, que proviene de los tiempos más recónditos del linaje animal. Llega a estos
resultados actuando sobre varios planos:
1. Centraliza, a nivel del vestíbulo, las informaciones que vienen de todo el
cuerpo (piel, músculos, articulaciones y huesos) por medio de los efectores
sensitivos derivados de las células generadoras del oído, en particular las
del órgano de Corti.
2. Induce las posturas que hacen más eficiente esta centralización, en especial
en la lucha antigravífica, siempre por el juego vestibular, es decir, a nivel
del utrículo y sus canales semicirculares y del sáculo.
3. Regula, en el sentido cibernético del término, la función de escucha para
aumentar su eficacia gracias al aparato coclear.
Entre los efectos relacionados con la energización se pueden distinguir lo que están
ligados a los sonidos de carga y los que corresponden a los de descarga. A nuestro