DIGILEC Revista Internacional de Lenguas y Culturas 258
Digilec 10 (2023), pp. 253-270
veinte. Probablemente el texto original de este entremés debía tener al menos 350 versos:
el editor ha suprimido parte de ellos.
En cuanto a los nombres, cuestión esencial en la literatura popular y festiva, parece
que en la transmisión textual ha habido algún desmayo relacionado con los escuetos
conocimientos de los oficiales de imprenta. Así, la protagonista aparece como
Tringintania en el Dramatis personae, pero como Tringitania en una acotación posterior.
Entiendo que es esta última forma la correcta y que la explicación está en un recetario
mágico de 1471 donde se explican las virtudes de la hierba tringi: «que qualquier que
truxere consigo la raýz de la yerba tringi nunca le pueden fazer maleficio ninguno». Se
trata, pues, de una hierba de propiedades mágicas como la raíz de la mandrágora. La
variante ‘tringintania’ parece haber sido producida por atracción de la nasal en la sílaba
inicial trin.
Algo similar parece suceder con el nombre del personaje del ladrón Sarcoso, que
parece una mala transmisión de Sargoso, derivado de ‘sargo’, el pez de la familia del
besugo; este personaje, caracterizado como ladrón atontado y bobalicón, parece poder
explicarse como derivado del sargo, pez mencionado en varios textos de la época. La
segunda posibilifdad es que el nombre sea derivación de ‘sarga’ y no de ‘sargo’. La ‘sarga’
es un material textil de dos tipos: la sarga noble, tela similar a la seda, y la sarga popular,
variante de la lana. Está claro que el rufián ‘sargoso’ solo puede referirse al segundo tipo.
Adoptar esta variante permite proponer un atuendo para el personaje: una especia de saco
de arpillera que lo caracterice. La alternativa ‘sarcoso’ resulta opaca y sin explicación
lingüística; la enmienda ‘sargoso’ permite dos propuestas escénicas coherentes. Hay
también alternancia vocálica en la ladrona Lampadosa, que aparece como Limpadosa en
el elenco inicial. En realidad el nombre debe ser Lampazosa, derivado de una hierba de
raigambre en las artes mágicas y también en el histrionismo, el lampazo, sobre el que
Covarrubias nos da una detallada explicación: «Antes que se huviesse hallado la
invención de las lámparas buscavan los representantes las hojas mayores y más anchas
que hallavan, de árboles y plantas, y puestas delante del rostro se dissimulavan con ellas,
y por esta raçón el lampaço se llama también herba personata por usar de sus hojas los
mimos y representantes». Parecen, pues, bastante claras las explicaciones de ‘Tringitania’
y de ‘Lampazosa’ y parece probable, oa al menos, asumible, la de ‘sargoso’, frente al
carácter opaco de los nombres transmitidos en la edición de 1675.
Así pues, el conocimiento filológico en este caso es la primera fase de la
intervención en el texto, cuyo objetivo es conseguir una representación clara y
comprensible de los personajes y las acciones que conforman la obra: si el verso
octosílabo en asonancia -í nos da los vocablos ‘francolín’ y ‘añafil’, absolutamente
opacos e indescifrables para un espectador del siglo XXI y si ambas palabras respetan la
asonancia en – í aguda y la medida del octosílabo, el procedimiento para actualizar y
aclarar el texto es sustituir ‘francolín’ por ‘codorniz’ y ‘añafil’ por ‘cornetín’, con lo que
los versos pasan a ser comprensibles y el ritmo del texto original se mantiene. Esto es lo
que se hace habitualmente en los textos representados por las compañías de teatro clásico.
Y la última propuesta de índole didáctica consiste en rescatar, es decir, reescribir
conforme a las reglas de la versificación clásica, los pasajes mal transmitidos: es decir,
crear microtextos complementarios. Para lo cual hay que poner en práctica un